Actualmente, es complicado encontrar la posibilidad de hacer algo tan simple como caminar por placer. Si se camina, generalmente es por necesidad, no por gusto, porque para caminar se necesita tiempo, y parece que este ya no existe o queda muy poco. Para obtener todo lo mencionado, todo eso que hace “feliz” a un ser humano, en la mayoría de los casos, es necesario ser sedentario, estar en un mismo lugar. El escritor argentino Edgardo Scott, en su libro Caminantes, afirma que no se camina, y cuando se hace, se camina sin ver, sin abandonarse al paseo. Los horarios ajustados y las responsabilidades de las rutinas, a las que dedicamos gran parte del día, hacen que el concepto de pasear de manera contemplativa nos resulte ajeno.
En ese contexto y, sobre todo en la actualidad, quien camina por el puro placer de hacerlo está realizando un acto casi contestatario. Caminar ahora es algo que no gusta al modelo económico presente, que es tan agobiante, ya que se tiene la idea de que andar no produce nada, y no hay nada peor visto en tiempos actuales que no producir.
El caminar es muy antiguo, y el vagar sin rumbo se remonta, como mínimo, a la escuela filosófica de Aristóteles, llamada Los peripatéticos, griegos que deambulaban por Atenas reflexionando sobre diversas temáticas que nutrían su ser. Más tarde, en Francia, el poeta Charles Baudelaire definiría al paseante que se funde en la multitud y disfruta del caleidoscopio humano como un flâneur.
Un flâneur es un personaje que camina sin rumbo por las ciudades, sin ningún objetivo más allá del hecho mismo de caminar. Sin embargo, pensar en él como un sencillo paseante sería simplificar en exceso el concepto, ya que para Baudelaire el caminar es mucho más que salir a dar un paseo. Para el flâneur, caminar es una actitud vital, una manera diferente de relacionarse con la realidad y con el mundo. Consiste en moverse por las calles de forma despierta, explorando conscientemente cada rincón de la ciudad hasta sentirla como un ente vivo. Es observar el mundo como un espíritu libre que se fija en el movimiento y los ritmos que impone la multitud y encuentra estimulante apreciar hasta los detalles irrelevantes, como la forma en que las luces se reflejan en las ventanas de los edificios.
Existen diversas muestras en el mundo del arte, siendo varios creadores los que han practicado el caminar como génesis creativa y reflexiva. Samuel Beckett, por ejemplo, vagabundeaba por las calles junto a su amigo, el escultor Alberto Giacometti. También el tan citado Marcel Duchamp paseaba por Broadway, completamente absorbido por la ciudad, momentos antes de adquirir el urinario que convertiría en obra de arte y que firmaría bajo el seudónimo de R. Mutt. En la música, ejemplos como aquella frase de Facundo Cabral, quien de forma poética y reflexiva nos dice: “Me gusta andar, pero no sigo el camino, porque lo seguro ya no tiene misterio”, al igual que Lou Reed o Nick Cave, quienes también dedicaron su lírica al hecho de andar por placer o en busca de respuestas.
Esta génesis creativa también se ha presentado en el cine, y quién mejor para ejemplificarlo que el prolífico director alemán Werner Herzog, quien desde sus inicios ha defendido la idea de caminar como origen de la creatividad. “Todas mis películas han sido hechas durante una caminata”, afirma el cineasta. Su acercamiento a este concepto es muy particular, pues el 23 de noviembre de 1974 Herzog, al calzarse unas botas «sólidas y nuevas», se abrigó con una chaqueta, echó a su espalda una mochila con un cuaderno y una brújula, y comenzó a caminar en dirección a París, recorriendo más de 770 kilómetros en línea recta. Herzog lo relata de la siguiente manera:
«A finales de noviembre de 1974, un amigo de París me llamó y me dijo que Lotte Eisner estaba gravemente enferma y probablemente moriría. No puede ser, dije yo, ahora no, el cine alemán no puede prescindir de ella aún, no podemos permitir su muerte», escribió Herzog en su libro Del caminar sobre el hielo, el cuaderno que se convirtió en libro tras su viaje invernal a pie a través de Francia y Alemania para visitar a su amiga, la crítica de cine alemana y autora de La pantalla demoníaca. «Tomé el camino más directo a París, firmemente convencido de que si iba a verla a pie, ella seguiría con vida. Además, quería estar a solas conmigo mismo».
El viaje duró 22 días de caminata. Herzog atravesó bosques, montañas y ríos con solo lo puesto. Pidió asilo en casas para pasar la noche, durmiendo donde pudo y comiendo lo que le dejaron. Esta caminata la realizó con la firme convicción de que alargaría la vida de su amiga hasta que él llegara.
Apenas comenzó la aventura, Herzog nos narra cómo comienzan a fluir ideas, sueños, preocupaciones y anhelos, cómo su sangre fluye por su cuerpo y su mente empieza a trabajar con los monólogos internos que aparecen en su cabeza, diciéndose a sí mismo: “Solo si fuera una película, creería que esto es real”. Avanza y se convence: “Tras estos pocos kilómetros a pie, sé que no estoy cuerdo”. Escapa de la poca gente con la que se cruza, principalmente campesinos, “para no tener que mirarlas a la cara” por la vergüenza que le da su aspecto. Cuenta los días de la semana, sin saber si su amiga ya había muerto.
Este acto de Herzog propone la idea de un hombre con su animalidad a flor de piel, que parece actuar por impulso, que hace sin pensar mucho previamente, pero reflexiona profundamente sobre lo que está haciendo. Un diario que sabe que la peor soledad es la que te obliga a estar contigo mismo. Y surge un enigma: ¿qué lleva a un hombre a internarse en la soledad más absoluta y en las peores condiciones luego de enterarse que una amiga va a morir? Una incógnita que, por suerte, no se responde por completo. El peregrinaje de Herzog no solo fue un acto de amor por su amiga, sino también un acto de catarsis, en el que no solo creó y aprendió, sino que encontró historias, las historias que se contarán en esta película sin imágenes, pero sí con palabras.
Lo realizado por Werner Herzog está muy cercano a lo que alguna vez plasmó en sus textos el poeta Henry David Thoreau, proponiendo el acto de caminar no como un ejercicio relacionado a temas de salud, sino más bien ligado a la contemplación y a la experiencia estética. Con esta anécdota, entendemos lo que el cineasta alemán predica para la vida y el arte: “Viaja mucho, por diferentes países y a pie; aprende idiomas y un oficio que no tenga nada que ver con el cine. Recuerda que, como la gran literatura, el séptimo arte debe partir de la experiencia de la vida como base”.