Lo que pudo ser una oportunidad histórica para abrir el debate sobre el rumbo democrático del país terminó reducido a una barata puesta en escena, de esas a las que ya nos hemos acostumbrado en estos tiempos: con pantallas gigantes, un templete lleno de alusiones al gobierno federal y estatal; una vil representación, un acto más de simulación política con tufo al viejo régimen, que dejó a San Luis Potosí, una vez más, como el espejo de lo que ocurre cuando el discurso participativo se convierte en un escaparate político con fotos de relumbrón para redes, pero con butacas vacías y jóvenes que no entendían cómo terminaron siendo parte de un acarreo político. Jóvenes que, cansados, prefirieron salir del recinto antes que seguir siendo parte de una puesta en escena burocrática diseñada para cumplir con la forma, pero no con el fondo.
El foro estatal para la reforma electoral, que originalmente debía realizarse el 28 de noviembre, se adelantó inexplicablemente 23 días, celebrándose el 5 de noviembre, en medio de prisas, desinterés y acarreo. Bastaron 30 minutos para reflejar el verdadero interés de las autoridades y tres horas para despachar lo que se presentó como un ejercicio de diálogo plural y ciudadano. Tres horas para simular un debate sobre el futuro de nuestra democracia, pero que en realidad fue un ritual político sin sustancia, donde los asistentes escucharon discursos prefabricados “al vapor” y aplaudieron propuestas que nadie se tomará la molestia de leer, ni siquiera de recordar, porque no eran más que elogios y sueños guajiros.
La convocatoria nacional, emitida el 22 de septiembre, pretendía ser un esfuerzo para recorrer el país con una serie de foros abiertos a la ciudadanía. Pero aquí, en San Luis Potosí, no hubo ciudadanos, porque —coincidentemente— el foro se adelantó sin previo aviso, llevando al naufragio la pobre intentona de dialogar. La notificación local se envió el mismo día del evento a los medios de comunicación, porque a la ciudadanía nunca se le convocó, lo que imposibilitó la presencia de partidos, organizaciones civiles y académicos que podrían haber aportado una mirada crítica y enriquecedora. La improvisación no fue un accidente: fue el síntoma más claro de una intención premeditada por excluir la voz ciudadana.
El registro oficial contabilizó apenas 20 ponentes, en su mayoría vinculados a instituciones electorales como el CEEPAC y el Tribunal Electoral del Estado. Entre ellos figuraron actuales y exconsejeros, abogados del circuito político local y funcionarios acostumbrados a hablar entre sí, así como algunos integrantes del Congreso. Pero eso sí, ningún rastro de los sectores sociales, estudiantiles, pueblos originarios, partidos de oposición, senadores, diputados federales, agrupaciones políticas, aspirantes a jueces o integrantes de la judicatura. Además, se eligió un horario complicado, la una de la tarde y un remoto centro de convenciones como sede. Lo que se anunció como un “foro plural” terminó siendo una reunión de cuates, un encuentro entre los mismos de siempre, donde se habló de participación sin permitirla. Qué irónico.
El evento arrancó con la presencia del gobernador del estado, ante quien se cuadraron los diputados locales de la dividida 4T. En un gesto ya habitual, abandonaron el recinto apenas concluyó el acto protocolario. Junto con ellos se retiró la mayoría del público: estudiantes de la Universidad Politécnica que habían sido convocados para llenar las butacas, pero sin entender lo que estaba en juego. En el auditorio quedó el eco de los aplausos y la sensación de haber asistido a un ejercicio vacío, una liturgia política sin contenido ni consecuencia, que apenas duró 30 minutos.
La paradoja es amarga: en nombre de la democracia se organizaron foros que excluyen la voz del pueblo. En nombre de la participación se improvisan convocatorias que solo permiten el lucimiento de funcionarios. Y en nombre de la transparencia se perpetúan las prácticas opacas que tanto daño le han hecho a la vida pública del país. La reforma electoral ese tema que debería encender el debate sobre representación, financiamiento de partidos, paridad y participación ciudadana se convirtió aquí en una anécdota de tres horas.
Esta simulación no es nueva. Es el reflejo de una cultura política que se niega a morir, una que confunde rendición de cuentas con propaganda y deliberación con protocolo. Desde los tiempos del priismo hasta las administraciones que hoy presumen de transformación, persiste la misma lógica: aparentar diálogo mientras las decisiones se toman en lo oscuro. Y aunque el discurso oficial cambie de color, de siglas o de chaleco, el método sigue siendo el mismo: crear la ilusión de apertura para legitimar acuerdos ya definidos.
Resulta preocupante que la reforma electoral un tema crucial para la estabilidad democrática se aborde con esta ligereza. ¿Dónde están las voces críticas? ¿Dónde los colectivos que han trabajado en temas de participación ciudadana, observación electoral o inclusión política? ¿Dónde la academia, que podría aportar diagnósticos serios sobre las deficiencias del sistema? La respuesta es simple: fueron ignorados. Y lo más grave es que parece no importar.
El foro de San Luis Potosí no fue un espacio de reflexión ni de construcción colectiva. Fue una postal de país: un país que sigue confundiendo la escenografía con la política, el aplauso con el consenso y la asistencia forzada con la participación genuina. Mientras tanto, las instituciones electorales fueron totalmente ignoradas. Casi podría decirse que al Instituto Nacional Electoral ni siquiera lo invitaron. Curioso: hacer una reforma sin invitar al festejado. Y dicho sea de paso, algo tendrá que decir, pues ha salido avante de las ocurrencias de la Presidencia de la República durante los últimos siete años.
Si la democracia mexicana quiere sobrevivir, necesita algo más que foros al vapor. Necesita reconocer que la legitimidad no se decreta ni se fabrica en eventos de puertas cerradas, en recintos alejados de la ciudad. Más bien, como dicen los propios morenistas, “más territorio, menos escritorio”. Y seamos sinceros: en tres horas no se construye democracia. La democracia se construye con apertura, transparencia y voluntad de escuchar. Mientras eso no ocurra, cada nuevo intento de reforma electoral será solo un capítulo más en la larga historia de la simulación política.
Porque lo que vimos el 5 de noviembre no fue un foro: fue una representación teatral del poder. Y como en toda obra mal ensayada, los protagonistas se fueron antes del final, los espectadores se aburrieron y nadie recordará lo que se dijo.