No se pueden comparar los colores: La mercantilización de las identidades

JAIME CABRERA

Por

Redacción

- lunes, febrero 24 de 2025

A lo largo de la historia de la humanidad, el contacto entre grupos humanos ha sido una constante que conlleva intercambios y transformaciones. Se denomina aculturación al proceso de cambio que ocurre cuando dos o más grupos humanos entran en contacto, lo que puede derivar en la adopción, adaptación o rechazo de elementos culturales ajenos. Esta dinámica genera transformaciones que, poco a poco, se van internalizando en la identidad de los pueblos.


La identidad se manifiesta a través de tradiciones, vocabulario, símbolos, tecnología, arte, ceremonias y otras prácticas. Ejemplos de estos son el Día de Muertos, peinados y moda, o las creencias y la gastronomía de cada pueblo, resultado de su historia, intercambios e interacciones con el ambiente.


Los intercambios culturales, propiciados por el desarrollo de los medios de transporte, las telecomunicaciones y los procesos del mercado, son un fenómeno cada vez más cercano y extendido. Por lo tanto, es necesario preguntarnos: ¿Por qué la mercantilización de manifestaciones culturales y luchas sociales beneficia a los mercados mientras daña las identidades? El análisis de los casos que se han presentado en todo el mundo parece indicar que esto se debe a que el capitalismo global tiende a transformar las expresiones sociales en mercancías despojadas de su significado, para el consumo de masas.


Una de las formas en que se manifiesta esta problemática es la apropiación cultural, que implica la toma descontextualizada de elementos culturales e identitarios de grupos subordinados por parte de grupos dominantes, con fines comerciales y estéticos. Un ejemplo es la gastronomía palestina, que combina en su cocina su historia y las adaptaciones que tuvieron que hacer a su modo de vida al verse continuamente forzados a dejar sus hogares y sobrevivir con los recursos que tenían a su alcance. No obstante, jóvenes israelíes mencionan que el hummus, el falafel y el shawarma son sus comidas típicas favoritas, cuando en realidad son platillos árabes presentados como propios en restaurantes de comida israelí, al tiempo que su gobierno restringe o prohíbe a los palestinos incluso la recolección o el acceso a ingredientes clave como el zaatar y el akoub, tratando de borrar su identidad y facilitar o validar la ocupación.


Cuando los intereses del mercado se aprovechan de estas luchas, pueden afectarlas gravemente, pues generan una banalización en la que se privan de su contexto y se omiten del discurso a los causantes de la problemática. Ejemplos de esto se observan en la forma en que se instrumentalizan los movimientos ecologistas, feministas, en pro de la diversidad de género o antirracistas, desde para vender agua embotellada, camisetas o rastrillos, hasta para justificar guerras de ocupación. Se simplifican para convertirlas en productos de marketing, reduciéndolas a modas pasajeras o tendencias superficiales, despojadas de su significado, para que dejen intactas las estructuras de poder y las causas de las problemáticas.


Conforme se van imponiendo estas ideologías, se incrementa en las comunidades el rechazo a las propias raíces y, al ya no ser defendidas, es aún más fácil apropiarse de lo que generará ganancias y borrar lo que no. En este proceso, también se refuerzan estereotipos que implican una simplificación o generalización de grupos de acuerdo con discursos que justifican y perpetúan desigualdades. Asimismo, las comunidades disminuyen el control sobre su propia representación, llegando a adoptar las que les venden sobre sí mismas, como el ya “tradicional” y turístico desfile del Día de Muertos en la CDMX, que inició en 2015 con una película de James Bond.