MEMORIA, POESÍA Y ARTE: LOS INICIOS DE OTRO CINE EN MÉXICO

JOSÉ MEDINA DELGADILLO

Por

Redacción

- miércoles, marzo 12 de 2025

El cine surge como un avance tecnológico, siendo parte de la modernidad de su época, y se desarrolla ágilmente siguiendo los parámetros que rigen su momento histórico. Su funcionalidad científica rápidamente queda atrás para dirigirse al mundo del espectáculo, convirtiéndose en una seducción más en el universo de los pasatiempos y las distracciones. Su gran éxito y la retribución económica lo colocaron como un producto meramente de entretenimiento, el cual pronto se desarrollaría dentro del modelo de producción industrial.

Por supuesto, Latinoamérica comenzó sus inicios años más tarde con grupos y creadores audiovisuales independientes que propusieron un lenguaje en el que convergían temas como el lenguaje, la sexualidad, la religión, el nacimiento, la muerte y la política, entre otros. El ejemplo más mencionado y analizado es el llamado Nuevo Cine Latinoamericano, el cual gozó de diversas etapas, comenzando con un enfoque hacia los sectores populares, lo que permitió que la elaboración del discurso político del filme estuviera impregnada por la vivencia de los explotados. Para los realizadores de este cine, esto se vincula al interés de esta nueva cinematografía por transformar al cine en una herramienta revolucionaria, afirmando al espectador como un agente de transformación histórica e identificándolo así con las demandas sociales de los obreros.

Otro ejemplo importante de México es la película En el balcón vacío (1961) de Jomi García Ascot. Este filme se reivindica como una producción independiente y de autor, postulando la idea del cine como creación artística y no meramente como entretenimiento. Es un manifiesto de una nueva etapa en la cinematografía mexicana, que apela a la política del autor y a la conciencia de la representación del cine desde una postura independiente de la industria establecida.

Con esto, surgió en México una corriente de producción de cine contracultural, que decidió alejarse de la producción industrial para encontrar en los formatos caseros una opción de cine autogestivo. En los festivales, se presentaban películas que no pasaban por la censura y encontraban una libertad creativa que no habrían obtenido en otros soportes. Muchas de ellas, de carácter experimental, representaron una aportación interesante al escenario cultural de la época.

Algunos años más tarde, el formato Súper 8 en México apareció como una manifestación de ruptura, con el movimiento estudiantil de 1968 alcanzando su punto culminante como síntoma de la distancia que las clases medias urbanas habían tomado con el sistema político mexicano. El crítico y escritor Jorge Ayala Blanco decía sobre el Concurso de Cine Experimental de 8 milímetros realizado aquel año que “era alucinante ver cómo casi 30 cineastas se hubieran propuesto filmar la misma película. Y es cierto, porque el 68 había quedado en el imaginario como una especie de llaga colectiva que todos debían reivindicar. La convocatoria del concurso era simple: hay que hablar de este país, y en ese momento, este país era Tlatelolco”.

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