Si usted, querido lector, conoce la historia del sapo en el agua caliente, ya sabe a dónde voy. Tenemos dos sapos cada uno en un recipiente con poca agua. Al primero le agregan un chorro de agua hirviendo y salta de inmediato. Al segundo lo ponen en agua tibia, le suben poco a poco la temperatura, y termina convertido en sopa sin que se dé cuenta.
Así nos ha pasado con la corrupción en México. Ha durado tanto y ha crecido tan lentamente que, cuando quisimos reaccionar, ya estámos a punto de terminar cocidos. Está en todos lados: gobierno, empresas, clases sociales, minorías. Y peor aún: la aceptamos con una mezcla de resignación, cinismo y hasta memes.
Hoy, que el vecino del norte —que antes toleraba y hasta aprovechaba nuestra corrupción— comienza a señalarla como origen de sus propios males, nos hacemos los sorprendidos. Pero esto no se arregla solo con señalar al de enfrente. Necesitamos una cirugía profunda, generacional. Y no, no la harán los políticos, porque como ha demostrado Morena (con pocos honrosos casos), la enfermedad también los devora a ellos.

No justificamos que el gobierno actual haya fracasado en su promesa anticorrupción al decir que todo México es corrpto en menor o mayor grado. Pero lo cierto es que muchos de los hoy funcionarios ya venían corruptos desde antes… e incluso bien apadrinados por el crimen organizado. Por eso algunas propuestas parecían salidas de una novela de realismo mágico: amnistías a criminales, “abrazos, no balazos”, y demás ocurrencias que causaron ternura en unos y rabia en otros.
Desde entonces, cada acción del régimen huele a complicidad, y no con la ciudadanía precisamente. Todo ahora se debe examinar bajo la lupa de quien busca los recónditos vínculos del poder con el crimen organizado. Cada idea, cada propuesta, cada crimen, cada candidato.
Ahora, hasta el loco naranja del norte nos lo escupe en la cara. Pero más allá de Trump y sus desplantes, la verdad es que nosotros también fallamos. Todos. Los que votaron y los que no. Los que callaron, rieron o aplaudieron. No es fácil admitirlo, pero ya no podemos mirar hacia otro lado. Desde la opinión pública y la urna, hay que empezar a actuar.
Este monero solo espera que el ciudadano despierte antes de que acabemos todos… hechos sopa, como el sapo.