La calificación de la elección es un momento clave en cada proceso electoral desde hace más de 25 años, tras la creación del Instituto Nacional Electoral (INE). Este momento ha servido como una suerte de diagnóstico por parte de los consejeros electorales para señalar los aspectos positivos y negativos del proceso. Desde la elección del año 2000, que significó la caída del partido hegemónico, la calificación ha sido una herramienta para validar o poner en duda los resultados.
Hoy, en un contexto inédito, la calificación está por declararse, y, para sorpresa de nadie, el tema que más llama la atención es el de los llamados “acordeones electorales”, cuya incidencia en los resultados ha generado profundas dudas.
Hasta ahora, cuatro consejeros del INE Martín Faz Mora, Dania Ravel, Jaime Rivera y Arturo Castillo han presentado un voto particular en el que expresan su desacuerdo con la validez del proceso, aprobada por otros siete integrantes del Consejo General. Su intención es clara: dejar constancia de que no acompañaron una decisión que, a pesar de las omisiones detectadas, declaró válida la elección judicial.
Tras una polémica reforma constitucional la primera en su tipo en la historia del país la ciudadanía eligió, por voto directo, a integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, del Tribunal de Disciplina Judicial y de las salas del Tribunal Electoral. Sin embargo, los votos particulares de estos cuatro consejeros podrían marcar un antes y un después en la historia electoral mexicana. De la mano de Martín Faz, sus colegas han decidido no avalar la propuesta del Consejo General. Si bien esta postura puede interpretarse como una forma de protegerse ante posibles embates legales o disciplinarios, también representa una señal de alerta sobre irregularidades a nivel nacional que, lejos de ser desconocidas, resultan evidentes.
Uno de los aspectos más preocupantes que denunciaron fue la difusión masiva de propaganda electoral en forma de “acordeones”: listas de candidaturas “recomendadas” distribuidas de manera anónima y generalizada en al menos 23 entidades del país. Estas listas coincidieron, en casi todos los casos, con las candidaturas ganadoras, especialmente en los cargos más relevantes, como los de la Suprema Corte y la Sala Superior del TEPJF. Paradójicamente, estos materiales fueron tolerados el día de la elección, ante la confusión de ciudadanos y funcionarios electorales. Fue el propio Instituto Electoral quien, al final, terminó validándolos. Mientras tanto, partidos e integrantes del oficialismo replicaron la estrategia hasta volverla una realidad normalizada.
Si esta operación hubiera sido ejecutada por el viejo PRI, la izquierda tan sensible a las malas prácticas cuando no está en el poder habría levantado la voz con fuerza. Pero claro, son otros tiempos.
Los consejeros firmantes señalaron que, en el 61.74 % de las casillas para la elección de la Suprema Corte, entre seis y nueve de las candidaturas ganadoras coincidieron con los nombres de los acordeones. Una coincidencia estadísticamente extraordinaria, digna de una película de Hollywood. Se ofreció incluso un estudio que concluye que la probabilidad de que eso ocurra de manera natural es “prácticamente nula”. Algo así como si un gobernador se sacara dos veces la lotería… que, por cierto, ya ocurrió.
Frente a esta evidencia, los consejeros disidentes advirtieron que existió una estrategia de inducción del voto, perfectamente coordinada y ajena a las campañas oficiales, las cuales se deslindaron públicamente. En otras palabras, alguien orquestó una operación paralela que logró que millones de personas votaran de forma casi idéntica, algo que no puede atribuirse al azar. Las matemáticas no mienten. Esta campaña, potencialmente financiada de manera ilegal, habría partido desde estructuras del propio gobierno, lo cual está expresamente prohibido por la Constitución. Y, sin embargo, a la vista de todos, ahí estuvieron las bardas, los folletos, los acordeones, la coacción y, quizá, el cohecho. Todo ello avalado, al final, por la mayoría de los integrantes de la famosa herradura de la democracia.