Desde que existe un lenguaje, tanto visual como escrito, para dejar un registro del ser humano y su paso por el mundo, sabemos que estos seres —que somos todos— buscamos ser parte de una sociedad y ser aceptados en ella. Podría decirse que esto está, en gran medida, codificado, y en la mayoría de los casos, el sentirse aceptado es una necesidad psicológica.
A pesar de que esto parece estar establecido, el ser individual tiene lapsos en los que surgen cuestionamientos, necesidades, ideas y deseos en los que no están incluidos los demás, o no se quieren incluir, porque existe una especie de tranquilidad, apacibilidad y conformismo en el status quo. En ocasiones, aparece el individuo que observa y se cuestiona si lo que todos necesitan o creen necesitar también es lo que él necesita.
Esto genera un inmenso conflicto, ya que para ser aceptado por la masa de la sociedad y obtener los beneficios de dicha adaptación —que incluyen cosas y conceptos como bienes materiales, familia, pareja, fama, entre otros—, el individuo debe hacer cosas que en ocasiones van en contra de su propia visión del mundo y de ciertos principios que le parecen menos congruentes o efímeros que aquellos en los que se basa la sociedad actual.
Ciertamente, para el ser que está bien integrado en la sociedad y que no tiene mucha conciencia crítica, intelectual o incluso espiritual (aunque en la actualidad este último término es muy cuestionable), el conflicto no suele surgir, y simplemente abraza la visión materialista de la realidad en la que está basada la sociedad moderna.
Estos temas se desarrollan de manera profunda en la película ganadora del Oscar a Mejor Película Nomadland (2020), dirigida por Chloé Zhao, quien también recibió el premio a Mejor Directora.
La trama de esta película sigue a una mujer de más de sesenta años que perdió todo durante la gran crisis de finales de la primera década de este siglo, y decide embarcarse en un viaje a través del Oeste americano, viviendo en una caravana como una nómada de la actualidad. Esta mujer, llamada Fern, es interpretada de manera simple y poderosa por la actriz Frances McDormand. Fern es un ejemplo de esos seres que fueron relegados y, al no tener otra opción, se enfrentan al instinto de supervivencia que proclama una libertad que no está permitida por la sociedad.
Fern viaja de lugar en lugar, de trabajo en trabajo, y se une a distintos grupos de nómadas que circulan por los bellos paisajes del Oeste norteamericano, desde Nevada hasta Dakota del Sur, de Arizona a Nebraska, siempre escapando del frío. Son conexiones breves y temporales, pero que marcan profundamente a una mujer que está tratando de entender lo que hay dentro de ella.
Fern vive de esta manera por necesidad económica y para enfrentarse al dolor dejado por su pasado, pero también, en el fondo, muestra una necesidad de ser libre y de encontrarse con todo lo que aún la hace sentirse viva. Fern casi pierde todos sus bienes materiales: su casa, su empleo y hasta el pueblo en donde vivía. Pero aún más que eso, lo que más dolor le provoca es la pérdida de su esposo. En esta película encontramos personajes que han perdido casi todo y que ya no sirven de mucho al sistema económico dominante, dejando de lado a aquellos que no han sido capaces de adaptarse, aunque terminen formando parte de él en su escala más baja. Esto se refleja en uno de los empleos de la protagonista como obrera en una de las empresas más capitalistas del mundo: Amazon.
También lo vemos con Lynda, otro personaje que Fern encuentra en su camino. Durante una conversación, Lynda le narra cómo la desesperación la llevó a querer suicidarse, ya que el sistema la ha desechado. Los personajes no solo se enfrentan al rechazo del modelo económico, sino también al rechazo y los prejuicios de una sociedad que, supuestamente, está bien adaptada a ese modelo.
Recordemos que en 2008, Estados Unidos atravesó una crisis económica que tuvo repercusiones a nivel mundial, con consecuencias como una profunda dificultad de liquidez, una crisis alimentaria global, derrumbes bursátiles como la crisis de enero de 2008 y la crisis mundial de octubre de 2008. Todo esto desembocó en una crisis económica internacional conocida como la Gran Recesión.
No solo Fern, sino gran parte de los personajes de la película se enfrentan a lo mencionado. Sin embargo, hay algo que sobresale entre todo esto: el desafío del dolor causado por la muerte y cómo los individuos deben enfrentarse a sí mismos. Durante casi toda la película, la protagonista sonríe, trabaja duro y se esfuerza por disfrutar de la vida, pero su mirada revela que hay algo dentro de ella que no la deja soltar el sufrimiento: la muerte de su esposo. Este dolor se procesa a lo largo de su viaje, encontrando respuestas y, a veces, alivio en conversaciones con personajes como Bob, interpretado por el propio Bob Wells, un famoso escritor y defensor de la vida nómada. En una de las charlas, Bob habla del dolor, la muerte y de cómo sobrellevarlos:
A través de su continuo movimiento, Fern va encontrando las herramientas para sobrellevar su nuevo entorno y enfrentar lo dura que es la vida. Estas herramientas incluyen la belleza de los paisajes que generan una introspección personal tan fuerte que uno puede encontrarse solo frente al mundo, mostrándose tal como es a través de sus memorias y recuerdos. Los recuerdos viven. Nos ayudan a no morir, a seguir adelante. Uno de estos momentos memorables, acompañado de la maravillosa música del compositor italiano Ludovico Einaudi, es cuando Fern se encuentra con un joven nómada y le recita el poema que utilizó el día de su boda, un poema que habla de lo bello que es vivir.
A pesar de la tristeza y la miseria, se pueden encontrar momentos de belleza y tranquilidad. Esa hermosura y resistencia del ser humano que, durante siglos, ha sido cohibida en sus sentidos más naturales, como lo narra Swankie, otro miembro de este grupo de nómadas, al final de su vida.
Con todos estos aliados que Fern encuentra en el camino, entiende algo que ella misma recita: “No es que no tenga un hogar, lo que no tengo es casa”. Esta frase anima a aquellos marginados abandonados por un sistema que no funciona y que olvida a quienes intentan rehacer su vida tras una tragedia. Un sistema despiadado que solo crece sin mirar a quienes quedan en el camino. La vida nómada es la única posibilidad de salir a flote, eso sí, trabajando duramente para llenar el estómago y el depósito de gasolina.
Así es como la directora logra construir un relato en el que sobresalen aspectos positivos dentro de un mundo voraz, presentando un viaje hacia lo básico de la existencia humana: caminos, estrellas, cielos, sonidos, piedras y árboles. Muestra que, en algunos casos, a pesar de todo —a pesar del fracaso de un sistema económico que ha hecho que parte de la sociedad tenga que abandonar sus hogares y que la libertad haya sido escondida—, el individuo abraza ese espíritu resiliente de conquista. Gracias a la tenacidad y a la fuerza que emana de lo más profundo del ser, se puede enfrentar la vida tan dura que se le ha impuesto muchas veces a la sociedad actual.