En las últimas décadas, hemos sido testigos de un fenómeno inquietante: el progresivo distanciamiento de las nuevas generaciones con la lectura. Algo tan vital como leer, que en su esencia fomenta el pensamiento crítico, la creatividad y el acceso a conocimiento, parece haberse convertido en una práctica en vías de extinción. Hoy, los jóvenes prefieren los estímulos rápidos que ofrecen las redes sociales, los videos y los videojuegos, dejando de lado los libros y la reflexión que estos provocan.
Una de las principales razones de este alejamiento de la lectura es el vertiginoso ritmo de la vida moderna, donde la tecnología, en especial los smartphones, ha condicionado la forma en que nos relacionamos con la información. Si antes los niños y adolescentes pasaban horas inmersos en un libro, hoy en día las notificaciones constantes de las redes sociales y los mensajes instantáneos desvían su atención, limitando su capacidad para concentrarse por largos periodos.
Además, en la era digital, los jóvenes están expuestos a un sinfín de contenidos que, aunque interesantes, no siempre contribuyen a su desarrollo intelectual. Los vídeos cortos, las publicaciones en Instagram o TikTok, no requieren el mismo nivel de concentración y reflexión que un libro. La lectura de una novela, un ensayo o incluso un artículo profundo, demanda paciencia y un esfuerzo cognitivo que las plataformas actuales no parecen favorecer.
Sin embargo, la lectura no solo debe verse como una actividad académica o intelectual; es un medio que abre puertas a la imaginación, a la historia y a una comprensión más profunda de la realidad que nos rodea. El acto de leer permite al individuo viajar a otros mundos, comprender las complejidades del ser humano y tener una visión más crítica sobre la sociedad.
Es cierto que no podemos negar los avances tecnológicos ni el impacto positivo que estos han tenido en la educación y el acceso a la información. Pero tampoco podemos perder de vista que el equilibrio es clave. La tecnología puede ser una aliada de la lectura si se aprovecha para fomentar hábitos literarios en las nuevas generaciones. Desde aplicaciones de lectura digital hasta clubs de lectura virtuales, existen herramientas que permiten combinar lo mejor de ambos mundos: la tecnología y el conocimiento profundo que solo un buen libro puede brindar.
En este sentido, la familia, las escuelas y las instituciones culturales tienen un papel fundamental. Deben promover la lectura no solo como una obligación escolar, sino como una herramienta para la vida. Crear espacios donde los jóvenes puedan discutir libros, compartir sus lecturas e intercambiar opiniones sobre lo que leen es crucial para revertir esta tendencia.
No podemos permitir que la lectura desaparezca como una actividad común. Si bien la tecnología ha cambiado la forma en que consumimos información, también podemos usarla para cultivar el amor por los libros y recuperar esa conexión profunda con la palabra escrita. Las generaciones futuras merecen acceder a todo lo que los libros tienen para ofrecer, y es nuestra responsabilidad guiarlos en ese camino.