Este martes, San Luis Potosí recibió al cónclave morenista, convocado para impulsar la campaña nacional de afiliación, aunque sin la presencia de Andy López Beltrán, quien permanece fuera de los reflectores. A pesar de los altos niveles de aprobación que Morena mantiene en la entidad, el reto no es menor: en 2023, el partido no alcanzaba ni los 100 mil afiliados en el estado, y ahora pretende multiplicar esa cifra por siete, con la ambición de llegar a 700 mil registros. Esto, en un contexto en el que compite abiertamente con su aliado, el Partido Verde, que asegura buscar un millón de afiliaciones. Cifras alegres para un padrón de poco más de dos millones de personas, de las cuales apenas la mitad acude a votar. Pero claro, soñar cuesta poco, especialmente cuando se cuenta con la maquinaria clientelar y los beneficios como moneda de cambio.
Para lograr esta titánica tarea, Morena recurrirá a las prácticas de siempre, esas que tanto critica en el discurso, pero que tanto aprovecha en la práctica. La operación se dará mediante liderazgos distritales, que en San Luis Potosí se estiman en cerca de 1,800. No es un número difícil de alcanzar en términos de militancia, pero la verdadera disputa vendrá entre las estructuras estatales y federales. El gobierno estatal usará sus recursos locales y su base burocrática para presionar, coaccionar y acaparar afiliaciones. Por su parte, las estructuras federales apelarán a la marca López Obrador. En medio de esta guerra interna, los ciudadanos se convertirán en el botín más preciado. Ojalá, al menos, aprovechen el cortejo entre facciones, porque los beneficios ofrecidos en nombre del territorio fueron pagados con dinero público.
La narrativa de la austeridad no tardó en asomar. Ante las preguntas sobre los excesos de los integrantes de la llamada Cuarta Transformación, la respuesta fue la misma de siempre: “no es ilegal, siempre y cuando se pague con el salario de los legisladores”. Una lógica que, en otro tiempo, habría escandalizado a los mismos que hoy la defienden. Es cierto, no es ilegal. Pero, como diría la máxima obradorista: “aunque sea legal, si es inmoral, no debe permitirse”. Hoy, esa idea ha quedado en el olvido. La austeridad es, cada vez más, una máscara. Relojes caros, viajes frecuentes, cenas exclusivas… todo eso está permitido, siempre que se trate de los suyos. Porque si lo hace alguien más, entonces sí: es un escándalo nacional. Esta doble moral ha sido sembrada, justificada y normalizada por el obradorismo.
En este contexto, la morenista mayor, Luisa María Alcalde Luján —proveniente de una familia acomodada de la Ciudad de México— lanzó el mensaje que pretendía cerrar el círculo de la narrativa: llamó a “salir a territorio, con morral, tenis y casa por casa”. Qué ironía. No tiene nada de malo andar el territorio, pero entonces, ¿qué hacemos con los lujos? Este martes, la propia Alcalde Luján llegó a la capital potosina en vuelo comercial directo, no por carretera. Cenaron en el Fiesta Americana de Citadella, no en una fonda de barrio ni en el emblemático Café Cortado. ¿Entonces el morral sirve para cargar los relojes y los zapatos caros por la mañana y dejarlos en privado por la noche? En otros tiempos, esto se habría llamado cinismo. Hoy, simplemente se le llama transformación.
Y mientras se predica austeridad y cercanía con el pueblo, desde el gobierno federal se da un golpe más a los contrapesos democráticos: se plantea la desaparición de los OPLEs y la centralización de las funciones electorales en el INE, acompañado de un recorte presupuestal a los órganos estatales. Esto no resolverá los problemas del sistema electoral; al contrario, concentrará las decisiones en la Ciudad de México y alejará a los ciudadanos del proceso. La centralización priista —perdón, morenista— ya convocó a un comité, excluyendo a ciudadanos, políticos y cualquier voz crítica. Se vislumbran tiempos difíciles para la democracia electoral.
Lo que Morena pregona hoy es, paradójicamente, lo que más sufrió en el pasado: la exclusión de las minorías, la imposición de una mayoría aplastante. Los plurinominales, que nacieron para dar voz a los sectores que no ganaban en las urnas, hoy son vistos como un estorbo. En esta transformación, donde todo es progreso y prosperidad —según el discurso oficial—, la verdad absoluta reside en una sola fuerza. El Partido Comunista, el PRD y otros más vivieron en carne propia esa marginación. Hoy, el partido guinda parece haber olvidado su origen.
Pero si algo nos enseñó el viejo PRI, es que no hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo aguante. El tiempo pondrá a cada quien en su lugar. Tal vez, en unos años, veremos a los de abajo arriba y a los de arriba abajo. Ojalá, para entonces, los del morral y los tenis recuerden de dónde vienen.