La farsa del morral y el territorio: del pueblo a la élite

Por

Ernesto García

- miércoles, agosto 6 de 2025

Este martes, San Luis Potosí recibió al cónclave morenista, convocado para impulsar la campaña nacional de afiliación, aunque sin la presencia de Andy López Beltrán, quien permanece fuera de los reflectores. A pesar de los altos niveles de aprobación que Morena mantiene en la entidad, el reto no es menor: en 2023, el partido no alcanzaba ni los 100 mil afiliados en el estado, y ahora pretende multiplicar esa cifra por siete, con la ambición de llegar a 700 mil registros. Esto, en un contexto en el que compite abiertamente con su aliado, el Partido Verde, que asegura buscar un millón de afiliaciones. Cifras alegres para un padrón de poco más de dos millones de personas, de las cuales apenas la mitad acude a votar. Pero claro, soñar cuesta poco, especialmente cuando se cuenta con la maquinaria clientelar y los beneficios como moneda de cambio.

La narrativa de la austeridad no tardó en asomar. Ante las preguntas sobre los excesos de los integrantes de la llamada Cuarta Transformación, la respuesta fue la misma de siempre: “no es ilegal, siempre y cuando se pague con el salario de los legisladores”. Una lógica que, en otro tiempo, habría escandalizado a los mismos que hoy la defienden. Es cierto, no es ilegal. Pero, como diría la máxima obradorista: “aunque sea legal, si es inmoral, no debe permitirse”. Hoy, esa idea ha quedado en el olvido. La austeridad es, cada vez más, una máscara. Relojes caros, viajes frecuentes, cenas exclusivas… todo eso está permitido, siempre que se trate de los suyos. Porque si lo hace alguien más, entonces sí: es un escándalo nacional. Esta doble moral ha sido sembrada, justificada y normalizada por el obradorismo.

Y mientras se predica austeridad y cercanía con el pueblo, desde el gobierno federal se da un golpe más a los contrapesos democráticos: se plantea la desaparición de los OPLEs y la centralización de las funciones electorales en el INE, acompañado de un recorte presupuestal a los órganos estatales. Esto no resolverá los problemas del sistema electoral; al contrario, concentrará las decisiones en la Ciudad de México y alejará a los ciudadanos del proceso. La centralización priista —perdón, morenista— ya convocó a un comité, excluyendo a ciudadanos, políticos y cualquier voz crítica. Se vislumbran tiempos difíciles para la democracia electoral.

Pero si algo nos enseñó el viejo PRI, es que no hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo aguante. El tiempo pondrá a cada quien en su lugar. Tal vez, en unos años, veremos a los de abajo arriba y a los de arriba abajo. Ojalá, para entonces, los del morral y los tenis recuerden de dónde vienen.