El pintor y teórico ruso Wassily Kandinsky dejó plasmada en su obra Lo espiritual en el arte la idea de que este se crea y se transforma no desde la materia, sino desde la ausencia de la misma, como el espíritu del hombre. A partir de esto, el ser humano transforma la materia a su alcance e interpreta su entorno con base en ella. Lo que este autor afirma es que todas las expresiones pueden llegar a ser auténticamente artísticas cuando cumplen con una finalidad expresiva que se convierte en alimento espiritual, tratando de que el espectador encuentre una relación con su alma.
Esto, en un primer acercamiento, podría leerse como algo demasiado ambiguo, y en parte lo es. Pero, tratando de simplificar la idea de Kandinsky, se puede decir que para él una expresión espiritual es aquella que logra plasmar la majestuosidad de la sencillez humana. Llama a esto arte que se convierte en un movimiento complejo pero determinado, traducible a términos simples, que conduce “hacia adelante y hacia arriba”. Este movimiento es el del conocimiento, el cual puede adoptar muchas formas, pero que en el fondo mantiene siempre un sentido interior idéntico: el mismo fin, el de la expresión humana.
Una relación muy cercana con lo expresado por Kandinsky la podemos encontrar en el notable convencimiento del director ruso Andréi Tarkovsky acerca del arte, lo cual se logra observar en todas sus películas, donde se expresó a través de las imágenes, pero también lo plasmó en uno de los más completos tratados sobre el arte: Esculpir en el tiempo: Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del tiempo, donde desarrolla toda su filosofía y su particular forma de articularse a través del cine y el arte en general:
“Estoy a favor de un arte que dé al hombre esperanza y fe… el arte simboliza el sentido de nuestra existencia… en todas mis películas me he esforzado por establecer lazos de unión que aúnen a las personas.”
Para Tarkovsky, el cine es un medio en el que se puede expresar lo más profundo del ser, siempre y cuando esto se enuncie con sinceridad, sin buscar más que la verdad. Así, este autor deja entrever tanto sus intereses como sus preocupaciones, permeadas por su tiempo, contexto y espacio, entregando una opinión muy particular sobre el arte y sobre quien se enfrenta a él.
Para el cineasta ruso, una de las características más tristes de nuestro tiempo es que la mayoría de las personas queda definitivamente separada de todo aquello que hace referencia a una reflexión sobre lo bello y lo eterno. Para él, la moderna cultura de masas —a la que llama una “civilización de prótesis”— está pensada para el consumidor. Afirma que mutila las almas y que cierra cada vez más al hombre el camino hacia las cuestiones fundamentales de su existencia, hacia el tomar conciencia de su propia identidad como ser espiritual.
Con esto se refiere a la incapacidad de crear una visión individual que exprese un sentir personal sin ser mediado, impuesto o inducido por alguien más —algo realmente complicado en un medio como el cine—. Tarkovsky cree en el “sentimiento” para enfrentarse a una obra de arte, tanto como espectador como creador, y defiende la idea de que es una condición imprescindible para la recepción de una obra: estar dispuesto y ser capaz de tener confianza, fe, en el arte y en el artista.
Aunque en ocasiones resulte difícil superar el grado de incomprensión que nos separa de una imagen poética perceptible exclusivamente a través del sentimiento —tal es el caso de su cine—, él lo ve como una expresión ciertamente individual, con un génesis personal, a la que compara y llama “la fe verdadera en Dios”. Esta expresión de “fe” presupone una actitud interior especial: un potencial específico, puro, espiritual.
Así es como el director muestra una preocupación en sus ideas y las traslada a su quehacer, con una necesidad de presentar al cine como una expresión artística en la que se pueda mostrar de tal manera que conecte con quien se postra frente a su obra. Busca conectar más allá de lo que representan las imágenes en la pantalla, y desmaterializarlas a tal punto que las mismas expresen la espiritualidad que hay en ellas.
Es decir: explicarle al hombre cuál es el motivo y el objetivo de su existencia en nuestro planeta. O quizá no explicárselo, sino tan solo enfrentarlo a este interrogante… Una y otra vez el hombre se pone en relación con el mundo, movido por el atormentador deseo de apropiarse de él, de ponerlo en consonancia con ese ideal que ha conocido de forma intuitiva.
Estas ideas, como pocos otros realizadores, Tarkovsky las plasmó en su medio, ya que el cineasta ruso lo percibió de una manera muy particular: como algo más que una mera industria o entretenimiento. Lo vislumbró como un acto poético que permite al espectador enfrentarse a su propio destino a través de su condición histórica, su angustia por el desamparo ante la muerte, su búsqueda del sentido desde el pasado, la percepción de la inmensidad y la belleza del paisaje, la entrega por amor, la desilusión ante el hallazgo de la nada… Lo que constituye la existencia en sus múltiples posibilidades e imposibilidades, y que reaparece una y otra vez en alguna expresión artística que necesita alcanzar una verdadera certidumbre. En este caso, su cine, que desarrolló como acto poético, lo dejó escrito de una manera certera:
“La poesía, para mí, es un modo de ver el mundo, una forma especial de relación con la realidad… ella es precisamente la que hace participar al espectador del conocimiento de la vida, porque no se apoya en conclusiones fijas partiendo del tema, ni en rígidas indicaciones del autor.”
Así es como para Tarkovsky, no solo el cine, sino el arte en general, tiene una función profundamente expresiva e interpersonal, que desarrolla uno de los aspectos fundamentales de la meta creativa. Si se expresa de manera efectiva, un hombre puede encontrarse con una obra que logra hacer resonar dentro de sí la voz que también inspiró al artista.
Con esto, el cineasta ruso se adentra en la relación entre el artista y el público, afirmando que el artista que permanece fiel a sí mismo y se mantiene independiente de lo tópico crea nuevas percepciones y eleva la capacidad de entendimiento de las personas. Expresa así el ideal moral de su tiempo, siendo que, para este realizador, el arte triunfa sobre la “infame” y dura verdad, reconociéndola claramente como lo que es, en nombre de su propio propósito sublime. En este sentido, casi se podría decir que el arte, para él, es algo religioso, en cuanto que está inspirado por el compromiso con una meta más alta. El arte, para él, no puede estar desprovisto de espiritualidad.
Así es como la espiritualidad es parte fundamental para entender el concepto del arte en el cine y en la poesía de Tarkovsky, que se muestra imagen tras imagen, en las que hay una especie de motivación trascendental que impulsa al hombre a alcanzar la perfección. Esta se representa en los sueños, las apariciones, las esperanzas, las intuiciones y los recuerdos que apuntan hacia una comprensión espiritual y artística de la humanidad.