
Gobernar, queridos lectores, es una de las profesiones más ingratas que existen. Antes de llegar al poder, todo parece fácil: discursos inspiradores, promesas redentoras y un enemigo claro a quien culpar. Pero una vez en el trono, la realidad tiene la mala costumbre de no ajustarse a los eslóganes de campaña. Y entonces, ¿qué hacer? Pues lo de siempre: echar la culpa al que estuvo antes.
En México, la historia se repite con una puntualidad alarmante. Ayer, los malos eran los neoliberales. Hoy, la 4T se enfrenta a un problema insoslayable: la responsabilidad de sus propios tiempos. Ya no hay pretexto. Ya no hay excusas. Y, sin embargo, las mismas fórmulas desgastadas siguen en uso como una firma clara del Movimiento de Regeneración Nacional.
Ahí están los números, fríos y brutales: 54,000 desaparecidos en el sexenio de Andrés Manuel, más de 6,000 en los pocos meses que lleva Claudia Sheinbaum. Pero, cuidado, porque señalarlo equivale a una herejía. Criticar la situación es ahora un ataque personal contra el legado del mesías tropical. Lo mismo pasa cuando se exige justicia: de inmediato se activa el viejo reflejo de minimizar la tragedia, de llamar “conservadores” a quienes solo piden respuestas.
Mientras tanto, las madres buscadoras recorren el país con sus palas y varillas, haciendo el trabajo que debería hacer el Estado. Parecen versiones modernas y nacionales de las Madres de Plaza de Mayo de Argentina, con la diferencia de que aquí el poder ni siquiera les concede la dignidad de una escucha. A las que protestan, se les ignora. A las que insisten, se les cierra la puerta. A las que gritan, se les calumnia.
Pero el suelo sigue hablando. Ahí está el rancho Izaguirre de Teuchitlán, con sus crematorios clandestinos y sus montañas de zapatos sin dueño. Ahí están las fosas que aparecen en cada rincón del país, como cicatrices abiertas de una herida que no sana.
Gobernar no es levantar muros entre Palacio y el pueblo. No es esconder los datos, ni prometer soluciones con una mano mientras se niega la crisis con la otra. Gobernar es asumir responsabilidades. Es responder con hechos, no con frases prefabricadas. Porque el problema no es la percepción. El problema es la realidad. Y esa no se borra con discursos.
Este monero preferiría que el gobierno en turno se dedicara a localizar a los responsables de estos funestos lugares de exterminio, que a complacer al payaso loco que gobierna el vecino del norte, enviándole a los 29 capos que ni siquiera habían solicitado en su totalidad las autoridades norteamericanas por los medios diplomáticos y legales.