En un mundo cada vez más globalizado, en el que las lenguas dominantes imponen su fuerza, las lenguas maternas se ven amenazadas de extinción. Sin embargo, son mucho más que simples medios de comunicación; son el reflejo de nuestra identidad cultural, de nuestra historia y, sobre todo, de nuestra conexión con la tierra que nos vio nacer. Rescatar las lenguas maternas no solo es un acto de preservación, sino una forma de resistencia y reivindicación de nuestras raíces.
Las lenguas son el vehículo que nos permite acceder a un vasto mundo de saberes. En ellas se encierran tradiciones, mitos, cosmovisiones y conocimientos ancestrales que no pueden ser replicados en otros idiomas. La lengua es el núcleo que organiza nuestra forma de pensar, de sentir y de interpretar el mundo que nos rodea. Cada palabra en una lengua materna tiene un sentido único, marcado por generaciones que han vivido a través de esa lengua, y de alguna manera, esa forma de pensar se pierde cuando no se preserva.
Además, en muchos casos, las lenguas maternas son esenciales para la transmisión intergeneracional de valores y saberes. Las comunidades indígenas, por ejemplo, han cultivado su conocimiento sobre el uso de la naturaleza, las plantas medicinales, las prácticas de convivencia y la astronomía a través de sus lenguas.
Si perdemos las lenguas, perdemos también un enorme caudal de conocimientos que podrían ser cruciales para la humanidad en el futuro. La biodiversidad, la sostenibilidad y las formas de vida respetuosas con el medio ambiente son cuestiones que, a menudo, se encuentran entrelazadas con las lenguas nativas.
Pero más allá del valor cultural y del saber ancestral, las lenguas maternas son también un derecho humano fundamental. El derecho a hablar en nuestra lengua materna es, al fin y al cabo, una cuestión de dignidad. Los sistemas educativos, los medios de comunicación y las instituciones deben ser inclusivos, brindando espacio para que cada comunidad pueda expresarse en su propio idioma.
Sin embargo, la realidad es que millones de personas en el mundo se ven forzadas a abandonar su lengua materna, ya sea por presiones sociales, políticas o económicas. Esto no solo genera una pérdida cultural, sino también un sentimiento de alienación y una desconexión con su identidad original.
Rescatar las lenguas maternas implica un esfuerzo conjunto entre gobiernos, comunidades y educadores. Es necesario crear políticas públicas que favorezcan la enseñanza y el uso de las lenguas nativas, ofrecer apoyo a las comunidades que las hablan y, sobre todo, darles visibilidad. Si las lenguas maternas no se enseñan en las escuelas o en los medios de comunicación, corremos el riesgo de que las generaciones futuras no las hablen. El fortalecimiento de las lenguas indígenas no debe ser visto como un acto de nostalgia, sino como una inversión en la diversidad cultural y en el futuro del conocimiento humano.
En definitiva, rescatar nuestras lenguas maternas es una cuestión de justicia. Cada lengua perdida es una parte de nuestra humanidad que se desvanece. Y al preservarlas, no solo estamos cuidando el pasado, sino también garantizando un futuro en el que la diversidad, la historia y la cultura de todos los pueblos sean celebradas. Este es un desafío colectivo que no podemos postergar, porque las lenguas son, en última instancia, la esencia misma de lo que somos.