Recientemente se estrenó en México la película El brutalista (2024), un drama épico dirigido y producido por el cineasta David Corbet y protagonizado por Adrien Brody, quien interpreta a László Tóth, un arquitecto judío nacido en Hungría. Para sobrevivir al Holocausto, emigra a los Estados Unidos, donde se gana la vida en diversos empleos hasta que un empresario descubre que, en su país natal, László era considerado un destacado arquitecto y un reconocido artista. La película ha sido multipremiada desde su estreno en el Festival Internacional de Cine de Venecia y consiguió varios premios en la última ceremonia de los Oscar.
Este filme ha llamado la atención no solo por su estética, su fotografía y el formato en el que fue realizada, sino también por su uso de VistaVision, un formato introducido por Paramount Pictures en 1954 como respuesta a la creciente popularidad de la televisión. Este formato permitió obtener imágenes de mayor resolución, mejor saturación de color y una reducción del grano visible, lo que lo convirtió en uno de los formatos de película más nítidos. Esto lo sabían bien tanto el director como el fotógrafo Lol Crawley, quienes lo emplearon para mostrar lo impresionante de la arquitectura brutalista, que es el principal motor argumentativo y visual de la película.
Sin embargo, me gustaría enfocarme, no en la película, sino en el estilo arquitectónico del brutalismo, ya que, gracias a la popularidad del filme, este ha experimentado un resurgimiento que quiero aprovechar para hacer un breve repaso sobre sus características y su importancia.
Como bien afirmó Frank Lloyd Wright: “Todo gran arquitecto es necesariamente un gran poeta. Debe ser un intérprete original de su tiempo, sus días, su edad”. Y esto es precisamente lo que hizo el brutalismo, un estilo que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa estaba devastada. La población había perdido sus hogares debido a las batallas y bombardeos. Las personas se habían quedado sin techo, y muchos edificios históricos fueron destruidos. La historia arquitectónica y visual de gran parte de Europa había sido destrozada.
Los daños fueron tan grandes que era necesario encontrar una manera eficaz de reconstruir lo perdido. Y es aquí donde aparece el brutalismo. Este estilo pone énfasis en los materiales, las texturas y, sobre todo, en las formas, ya que, a través de ellas, se puede crear una sensación de gran escala y peso. Es un estilo principalmente utilitarista, cuyo principal objetivo es la funcionalidad de las estructuras, más que su estética. En él no hay ornamentación; por el contrario, muchas veces expone las entrañas de los edificios, mostrando sus tuberías, vigas y depósitos, dejándolos a la vista de todos. Estos elementos se destacan, no se ocultan, como estamos acostumbrados a ver en muchos edificios.
Los protagonistas del brutalismo son el acero, el ladrillo, el vidrio y, sobre todo, el concreto, un material sólido, resistente y mucho más barato que otros. Esto fue totalmente necesario para sustentar una crisis como la que se vivió después de la Segunda Guerra Mundial. Lo anterior se refleja en el nombre “brutalismo”, que proviene de la manera en que se deja el concreto al construir un edificio: crudo, sin lijar, es decir, el cemento se deja “en bruto”.
Entre 1950 y 1970, este estilo se hizo popular no solo en Europa, sino también en América. Se comenzó a utilizar no solo para bloques de viviendas que proporcionaran hogar a miles de personas, sino también para grandes oficinas gubernamentales, bancos y apartamentos. Principalmente, este estilo se encuentra en países como el Reino Unido, Australia, Canadá, Estados Unidos y Rusia. En este último, fue denominado “modernismo soviético”, donde adaptaron este estilo dándole un toque más abstracto. Un ejemplo de esto es la Casa del Atomista Nuclear, un edificio de 14 plantas ubicado en Moscú y diseñado por el arquitecto Vladimir Badad. Otro ejemplo es el Instituto de Robótica y Cibernética, en San Petersburgo, diseñado por el arquitecto Savin B. Artiushin. También destaca la Casa de los Soviets, un edificio inacabado en Kaliningrado, cuya construcción comenzó en 1970, pero fue abandonada en 1985.
En México también encontramos ejemplos de este estilo, como el Museo Universitario Arte Contemporáneo, el Museo Rufino Tamayo, el Colegio de México y la Universidad Pedagógica Nacional, entre otros. En San Luis Potosí existe un ejemplo más modesto, pero que podría asemejarse, la Torre Tangente 52, ubicada en Lomas del Tecnológico.
Este estilo arquitectónico no fue del todo popular entre las personas que vivían en sus edificios, ya que el concreto trabajado de esta manera suele generar problemas como temperaturas extremas, manchas de agua, óxido y plagas. Por ello, muchos de estos edificios fueron abandonados, creando un ambiente desolador. Este aspecto ha sido aprovechado en diversas películas, en las que se utiliza el brutalismo para representar poder, opresión, burocracia y el futuro.
Existen varios ejemplos en el cine, además de El brutalista. En la película Blade Runner 2049, la sede de Wallace Corporation aparece como una gran representación de poder: una estructura monolítica de hormigón con iluminación fría. En las películas de Dune (tanto en la versión de David Lynch como en las dirigidas por Denis Villeneuve), se presentan grandes edificaciones que simbolizan el poder y la opresión. En la maravillosa Niños del hombre, de Alfonso Cuarón, también se muestran grandes edificaciones desoladas, abandonadas y llenas de migrantes y personas sin hogar en un mundo post-apocalíptico. Igualmente, en La naranja mecánica, dirigida por Stanley Kubrick, y en 1984, basada en el libro homónimo de George Orwell y dirigida por Michael Radford, el brutalismo refleja la deshumanización y el control totalitario.
El brutalismo es visualmente impresionante, reflejando el tiempo y la esencia de una época histórica dura. Es un estilo que, en su mayoría, resulta frío, impersonal y hasta totalitario. Sin embargo, también nos ofrece una mirada histórica que plasma una belleza cruel, en la que nos enfrentamos a creaciones que nos transmiten sensaciones de peso y grandeza, como un renacimiento en un mundo devastado por luchas ideológicas y de poder que, en ocasiones, destruyen sociedades enteras.
Acercarnos al brutalismo y a su historia nos ayuda a entender y ver lo que tenemos a nuestro alrededor. La arquitectura, en todas sus formas, nos enfrenta a la majestuosidad de las formas, la geometría y las expresiones artísticas que demuestran de lo que es capaz el ser humano. Es necesario revalorarla, como bien lo dijo Frank Gehry, arquitecto ganador del Premio Pritzker: “La arquitectura debe hablar de su tiempo y lugar, pero anhelar la eternidad.”