La literatura latinoamericana ha perdido al último de sus gigantes. Con la muerte de Mario Vargas Llosa no solo se apaga una de las voces más lúcidas de las letras hispánicas, sino que se cierra definitivamente el ciclo del Boom Latinoamericano, ese fenómeno literario que revolucionó las narrativas del continente y colocó a América Latina en el mapa literario mundial.
El Boom no fue un movimiento organizado ni un manifiesto colectivo; fue una confluencia poderosa de talento, contexto histórico y voluntad de contar a América Latina desde adentro. Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Juan Rulfo y Mario Vargas Llosa no escribían igual, pero compartían una pulsión: reinventar el lenguaje y narrar el caos, la belleza, la violencia y la esperanza de sus países. Cada uno, con su estilo, se convirtió en un cronista de su tiempo, un tejedor de ficciones tan reales que hoy forman parte de la identidad cultural del continente.
La muerte de Vargas Llosa no representa sólo la pérdida de un escritor prolífico y polémico, sino también el final de una era. Su partida marca el cierre simbólico de una generación que transformó la literatura latinoamericana en literatura universal, el que mantuvo viva la llama cuando ya todos los demás habían partido, el que insistió —a veces entre controversias— en que la literatura era, ante todo, un acto de libertad.
Hoy nos queda su obra, vasta y luminosa. Pero también nos queda el reto de preguntarnos qué sigue para la literatura de América Latina. El Boom ha terminado, sí, pero su influencia sigue latiendo en cada escritor que decide contar su realidad. La muerte de Vargas Llosa no es el fin de la literatura latinoamericana, pero sí el punto final de uno de sus capítulos más gloriosos.
“La literatura es fuego. Significa inconformidad, rechazo. Es insatisfacción y rebeldía.” (Mario Vargas Llosa, “La literatura es fuego”, 1967)