Durante décadas nos hemos acostumbrado a mirar el espacio exterior como un reto de ingenieros: cohetes, trajes, combustible, pantallas que cuentan segundos para el despegue. Pero la nueva carrera espacial -con la Luna, Marte y asteroides en la mira- no es sólo un asunto de tecnología. Es, sobre todo, un asunto político. Y cuanto antes lo aceptemos, mejor podemos decidir cómo queremos estar ahí.
La postura es clara: si dejamos el espacio en manos de la inercia tecnológica y de los intereses más poderosos, repetiremos los errores de la Tierra. En cambio, si lo tratamos cono un objeto político podemos discutir reglas, derechos y responsabilidades antes de que sea demasiado tarde.
¿De qué política hablamos? De la que responde preguntas básicas: quién decide, con qué reglas y para beneficio de quién. Actualmente, además de agencias estatales (NASA, Roscosmos), participan corporaciones (Space X de Elon Musk, Blue Origin de Jeff Bezos, entre otras) capaces de lanzar naves, operar estaciones e incluso planear la extracción de minerales de los cuerpos celestes. Parece ciencia ficción, pero no lo es. Estos escenarios obligan a plantearnos: ¿deben estas empresas adquirir derechos sobre lo que se extraiga?, ¿en qué condiciones?, ¿quién arbitra los conflictos? Existen tratados internacionales, pero son incompletos para el escenario actual y no
resuelven un punto clave: la gobernanza cuando el negocio se instala fuera de la Tierra.
Aquí está el corazón del problema: el espacio reconfigura categorías y situaciones que en nuestro planeta damos por sentadas. Pensemos en el oxígeno. En la Luna o en Marte, respirar dependerá de sistemas controlados por alguien. ¿Quién será ese “alguien”? ¿Un gobierno, una empresa, una colonia con autogobierno? Si el oxígeno es una mercancía más, quien lo administre tendrá un poder que excede cualquier precio: podría condicionar la vida misma. ¿Deberá entonces ser un bien público garantizado?
La exploración espacial, más allá de la emoción por la aventura, requiere ser encauzada. Para ello hay que distinguir entre la política acerca del espacio: leyes, tratados, programas, alianzas que decidimos aquí, en la Tierra, pero con el ojo puesto en el espacio. Y luego la política en el espacio: reglas y disputas que emergerían en hábitats reales, donde habrá que distribuir recursos, asegurar libertades y resolver conflictos en entornos extremos. Confundir ambos planos lleva a creer que basta con “exportar” nuestras normas terrestres y listo, como vemos en las películas. No. En el espacio exterior cambian los incentivos, los riesgos y hasta la definición de lo que consideramos justo.
La libertad es otro ejemplo de lo que cambia en el contexto extremo del espacio exterior. En la Tierra, restringir la movilidad es una medida excepcional; en el espacio, moverse sin traje ni permiso es morir. La libertad entonces dependerá de instituciones que garanticen acceso a bienes vitales y que se limite el poder de quienes los administren. Si no diseñamos esas instituciones y reglas ahora el resultado será colonias donde la obediencia se compre con tanques de oxígeno o de agua.
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1 Dr. En Ciencias Sociales con mención en Ciencia Política por la FLACSO México. Profesor-investigador y coordinador del Programa de Estudios Políticos e Internacionales de El Colegio de San Luis.
América Latina, México, suele llegar tarde a estas conversaciones. La capacidad de lanzamiento y de exploración espacial es limitada en la región, pero eso no debe ser motivo para no participar de la cocreación de reglas. La experiencia de la región en la defensa de bienes comunes contra grandes corporaciones, así como en cooperación científica, puede ser un reservorio de conocimiento para jugar un rol importante en la discusión.
El espacio exterior no es un “nuevo oeste”, donde la ley del primer llegado o el más fuerte prepondere. El espacio es el nuevo capítulo de nuestra historia como especie, y podemos crearlo con principios claros y reglas justas. El espacio también es político y se merece nuestro interés y participación.