Recordar a Selma Lagerlöf cada 20 de noviembre no es solo un ejercicio de memoria literaria; es reconocer a una mujer que rompió los márgenes impuestos en su época y que, con un trazo firme, abrió un camino que aún seguimos recorriendo. Cuando en 1909 se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio Nobel de Literatura, el mundo literario no sólo se enfrentó a su talento, sino a la evidencia de que la genialidad narrativa no tiene género, aunque durante siglos se insistiera en lo contrario.
Lagerlöf escribió El maravilloso viaje de Nils Holgersson con un propósito educativo, pero logró mucho más: convirtió la pedagogía en poesía. Su relato, que sigue a un niño transformado en duende que recorre Suecia a lomos de un ganso, revela un país, pero también una manera de mirar el mundo: con curiosidad, empatía y un sentido profundo de comunidad. La literatura infantil suele subestimarse, sin embargo ella demostró que la imaginación también es un territorio político y cultural.
Hoy, cuando seguimos discutiendo la presencia de mujeres en la literatura, cuando aún se cuestiona la validez de ciertos géneros y voces, recordar a Lagerlöf nos obliga a pensar en cuánto hemos avanzado y cuánto falta todavía. Su Nobel no fue un gesto de concesión, sino un reconocimiento innegable a una obra que transformó la manera de enseñar, narrar y sentir.
Su legado nos invita a detenernos y mirar con más atención. Selma Lagerlöf no sólo escribió historias; nos enseñó a recorrer el mundo con otro tipo de libertad, esa que nace cuando entendemos que la imaginación es también una forma de resistencia.