Hay miedos que no se ven, pero que pueden encerrar la vida entera dentro de cuatro paredes.
La agorafobia es uno de ellos. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, DSM-5 (APA, 2023), se trata de un trastorno de ansiedad caracterizado por un temor intenso ante situaciones donde escapar podría ser difícil o no habría ayuda disponible en caso de experimentar pánico o malestar. Este miedo puede llevar a evitar lugares públicos, transporte, multitudes, o incluso salir de casa.
Desde la psicología clínica, la agorafobia representa una respuesta aprendida del sistema nervioso frente a la sensación de pérdida de control. El cuerpo y la mente se mantienen en alerta, intentando evitar cualquier escenario que le recuerde al miedo original. Sin embargo, lo que empieza como una protección termina por aislar, limitar y consumir la libertad cotidiana.
Desde la mirada transpersonal, este trastorno también puede comprenderse como un llamado profundo del alma hacia la seguridad interna. La agorafobia no solo teme al mundo exterior, sino a la sensación de desamparo interior. Sanar implica volver a habitar el cuerpo, a volver a conectar con la confianza y con la certeza de que la vida no es una amenaza, sino un espacio de encuentro y
expansión.
El tratamiento, especialmente desde la Terapia Cognitivo-Conductual, ha mostrado eficacia en la reestructuración del miedo, la exposición gradual y el fortalecimiento de la autoconfianza. Acompañar el proceso con compasión es fundamental: cada paso fuera de casa es también un paso hacia adentro, hacia la reconciliación con uno mismo.
Porque, al final, la agorafobia no solo se encierra en el espacio físico, sino en los límites del propio miedo. Y liberarse comienza cuando entendemos que la seguridad más profunda no está afuera, sino dentro de nosotros.