Las contradictorias decisiones del TEPJF, un asalto a la razon y a la inteligencia.

Por

Ernesto García

- viernes, septiembre 12 de 2025

La nueva integración plena de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) parecía marcar un punto de partida sólido rumbo a 2027, un año que ya se perfila como el proceso electoral más grande en la historia del país. Sin embargo, los primeros casos que resolvió el máximo tribunal electoral para San Luis Potosí, lejos de enviar un mensaje de unidad y certeza, dejaron ver grietas preocupantes: criterios contradictorios, interpretaciones a conveniencia y un clima de incertidumbre que podría multiplicarse conforme nos acerquemos a esa elección crucial.

El caso de Zelandia Bórquez es paradigmático. El tribunal local había declarado su inelegibilidad por no cumplir con los dos años de separación como consejera electoral. Sin embargo, la Sala Superior concluyó que, al momento de emitirse la reforma que reguló las elecciones judiciales, ella ya había concluido su encargo, por lo que la restricción no podía aplicarse. Bajo este razonamiento, se optó por privilegiar la participación y devolverle la magistratura, incluso otorgándole la presidencia del Tribunal de Disciplina Judicial. Es decir, se flexibilizó la Constitución para favorecer una interpretación más abierta, en nombre del principio pro persona.

El problema no es que en un caso se haya optado por una interpretación flexible y en el otro por una rigurosa. El verdadero dilema es que no existen criterios claros y uniformes. Para la ciudadanía, el mensaje es devastador: las reglas parecen aplicarse con discrecionalidad. ¿Qué garantiza que, en 2027, la Sala Superior no volverá a cambiar de criterio dependiendo del perfil, del contexto o de la presión política? La justicia electoral no puede convertirse en un ejercicio de casuismo donde cada caso se resuelve según la conveniencia del momento.

Lo que estamos viendo en la Sala Superior es un choque entre dos visiones: la de quienes buscan ampliar derechos mediante interpretaciones flexibles de la Constitución, y la de quienes insisten en aplicar con rigor la letra de la norma. Ambas posturas tienen sustento jurídico, pero sin un criterio rector, lo único que se genera es incertidumbre. En este punto, la pregunta es inevitable: ¿puede el máximo tribunal electoral darse el lujo de enviar mensajes contradictorios cuando está en juego la credibilidad de todo el sistema democrático?
Además, no olvidemos un dato clave: estos siete magistrados serán los encargados de calificar la elección de 2027, donde se renovará buena parte del mapa político nacional. Y lo harán en un contexto donde la posibilidad de una reforma electoral sigue en el aire, sin avances concretos y sin certezas sobre cuáles serán las reglas del juego. Si hoy la Sala Superior muestra titubeos y contradicciones, ¿qué podemos esperar cuando esté bajo presión en el escenario más complejo de nuestra historia electoral?

Mientras tanto, lo que tenemos es un tribunal dividido, que en cuestión de días mostró su flexibilidad extrema en un caso y su rigor inflexible en otro. En el tablero de 2027, eso no es un buen augurio. Más allá de si Zelandia Bórquez regresa a su cargo o si José Luis Ruiz Contreras queda fuera, lo que está en juego es mucho más grande: la confianza en que el árbitro electoral más importante del país se conducirá con imparcialidad y coherencia. Si no se corrige el rumbo, la elección más grande de la historia corre el riesgo de convertirse también en la más cuestionada.