Alexandre Dumas es uno de esos autores cuyo nombre muchos conocen, aunque jamás hayan leído una sola página suya. No por falta de mérito, sino por ese extraño fenómeno en el que la popularidad parece volverse un pecado literario. Dumas, el hombre detrás de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, fue en su tiempo un superventas, un fenómeno cultural y un escritor cuya imaginación parecía no tener límites. Y, sin embargo, sigue siendo subestimado por ciertos sectores de la crítica.
Tal vez fue precisamente su éxito lo que lo condenó. La academia, con frecuencia elitista, suele mirar con desdén a quienes escriben para las masas. Dumas escribía por entregas, colaboraba con otros autores (incluso contrataba asistentes literarios) y producía historias a una velocidad que asustaría a cualquier editor moderno. Para algunos, eso lo convertía en un “fabricante de novelas”, no en un “verdadero artista”. Pero esa mirada ignora lo esencial: Dumas fue un narrador extraordinario, capaz de construir mundos vibrantes, personajes memorables y tramas tan adictivas como universales.
Más allá de sus historias de espadas, traiciones y venganzas, Dumas fue también un símbolo de resiliencia. Hijo de un general mulato y nieto de una esclava, supo abrirse paso en una Francia donde el racismo era moneda corriente. Su ascendencia africana, que muchos trataron de silenciar o minimizar, es parte inseparable de su historia, y da aún más fuerza a su figura: un hombre que desafió no solo los cánones literarios, sino también los prejuicios de su época.
Dumas entendía algo que muchos escritores olvidan: escribir es, ante todo, contar una buena historia. Y él las contaba como pocos. Sus novelas estaban hechas para emocionar, para entretener y para dejar sin aliento a un público amplio, no solo a una élite ilustrada. Esa es quizás su mayor herejía… y su mayor virtud.
En un panorama donde la literatura a veces se vuelve innecesariamente críptica o pretenciosa, revisitar a Dumas es un acto de reivindicación. No todo gran arte necesita ser oscuro o complicado. A veces, basta con una aventura bien contada, una frase inolvidable o un héroe con quien viajar por las páginas. Dumas lo sabía. Y lo dominaba.
Quizás por eso, después de más de 150 años, seguimos recordándolo. Porque mientras haya lectores que quieran soñar, luchar por la justicia o simplemente escapar por un rato, siempre habrá lugar para un mosquetero con una pluma prodigiosa.