Cada 12 de julio recordamos el nacimiento de uno de los poetas más universales que ha dado América Latina: Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Pablo Neruda). sigue latiendo con la misma intensidad con la que escribió sobre el amor, el exilio, la lucha y hasta las cosas más sencillas: una cebolla, un pez, una mariposa.
Leer a Neruda es entrar en un país propio. Un territorio donde las palabras tienen densidad, aroma, temperatura. No es gratuito que sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada sigan resonando en adolescentes de todo el mundo, ni que sus Odas elementales hayan dignificado lo cotidiano con una voz que convierte lo simple en extraordinario. Su poesía, a menudo sensorial, es también un acto de resistencia, contra la indiferencia, la injusticia o el olvido.
Pero Neruda no sólo fue el cantor del amor y de la nostalgia. Fue también el poeta militante, el diplomático comprometido, el escritor perseguido por sus ideas. En su obra política, como en su Canto general, se abrazan el lirismo y la historia con una fuerza casi telúrica. América Latina habla desde sus versos con furia, belleza y esperanza.
La poesía parece arrinconada por la prisa y el ruido, volver a Neruda es un acto de reencuentro con lo esencial. Su obra nos recuerda que las palabras tienen el poder de conmovernos, de sacudirnos, de unirnos. Celebrar su cumpleaños no es sólo recordar al hombre, es agradecer al poeta que nos enseñó que “para que nada nos separe, que nada nos una” puede ser, al mismo tiempo, una condena y una liberación.