Estamos en una época francamente triste — muy triste — cuando hablamos de política, gobierno o cualquier manifestación de jerarquía o autoridad. Hoy, la tranza y el fraude ya no solo se toleran: ahora se exhiben con orgullo por quienes los cometen.
Los políticos resentidos del pasado que hoy ocupan el poder se han dedicado, básicamente, a dos cosas: primero, a pisotear las leyes e instituciones que antes les impedían trepar; y segundo, a distraer al ciudadano con campañas de desinformación tan vulgares e infantiles que parecen sacadas de una telenovela mal escrita.
Desafortunadamente, como cosecha de décadas de injurias políticas, tenemos una sociedad que ha confundido la política con el enojo, el victimismo y la ambición personal. Y cuando se suma esa carga emocional a una masa crítica de ciudadanos igual de confundidos, florece el verdadero cáncer de la democracia: el populismo.
Es decir, se vota no por ideas, sino por corazonadas colectivas. Un día se elige a un político por guapo, otro por bocón, y al siguiente a un Mesías de mercado que promete el cielo sin mover un dedo. Así nos va.

Y al ver que esa fórmula funciona, la clase política ahora transgrede la ley sin ruborizarse, incluso en temas tan delicados como las elecciones internas de un partido.
Ahí está el caso de Sara Rocha, priista de cepa oxidada, que ha llegado al absurdo con tal de aferrarse al control del PRI. En su camino al trono, ha ido desmantelando al partido, expulsando a los pocos priistas con dignidad que aún sostenían el nombre con algo de orgullo. Se quedó atrincherada con sus últimos leales, dispuestos a defender lo indefendible. Hasta que el Tribunal Estatal Electoral le anuló su elección de forma definitiva.
Y como último acto patético, su guardaespaldas jurídico —un tal señor Rojo, exdelegado de la SRE, acusado por migrantes centroamericanas de abuso sexual— sigue intentando mantener lo poco que queda del cascarón priista, desviando la atención hacia una de las pocas voces que se atrevió a plantarles cara. Una persona que, con todo derecho, sigue siendo una de las últimas glorias que le quedaban al partido… aunque lo hayan expulsado.
Este monero, mientras tanto, ya se sirvió un tazón de palomitas, esperando a ver en qué termina el sainete de la señora Rocha y su inevitable caída al fondo del fracaso. ¿Y aún se preguntan por qué el PRI está en vías de extinción? No es que los hayan vencido: es que solitos se están devorando.