La nota ya la conoce usted, querido lector. El infame general Salvador Cienfuegos Zepeda se apareció en la ceremonia oficial del 10 de febrero, conocida como la Marcha de la Lealtad, en la que los militares tienen contacto con el Poder Ejecutivo y, por tradición, se reafirma un vínculo donde juran lealtad al gobierno de nuestro país.
Después, en las conferencias mañaneras de doña Claudia Sheinbaum, se le cuestionó si era correcto que un personaje tan polémico apareciera junto a la presidenta en el mismo estrado. Sheinbaum respondió que, en principio, se trataba de un acto protocolario en el que el general debía estar presente.
Además, intentó justificar el incómodo momento argumentando que Cienfuegos no era culpable de nada y que, si hubiera pruebas en su contra, los norteamericanos nunca lo habrían liberado. Sin embargo, omitió aclarar que su liberación no fue por falta de pruebas, sino porque el gobierno mexicano lo solicitó, dando a entender a la justicia estadounidense que sería juzgado rigurosamente en nuestro país.
Por supuesto, esto ocurrió en tiempos de don Andrés Manuel López Obrador. Y el general, tan pronto como pisó suelo mexicano, se rió de la ingenuidad de los norteamericanos y de la absurda posibilidad de ser enjuiciado en México. Cienfuegos es intocable.
Tiene dos grandes protecciones: por un lado, toda la cúpula del alto mando militar, y por otro, aquellos a quienes apadrinó y que correrían peligro si él se convirtiera en una fuente de información tras su captura. Por eso, en su momento, AMLO actuó rápidamente para traerlo de vuelta.
El argumento presentado por la presidenta es, en realidad, ridículo. Los nexos del general Cienfuegos con el cártel de los Beltrán Leyva están más que probados gracias a las comunicaciones intervenidas por la DEA. Tratar de limpiar su nombre con una diatriba digna de una niña de nueve años, usando una lógica además montada sobre una falacia, simplemente no merece ser tomado en serio.
Sabemos que este es uno de los males heredados a Claudia por el instalador de la autoproclamada Cuarta Transformación, pero muchos esperamos que un día Sheinbaum decida cortar con estos vínculos perniciosos y sacudirse todas las bombas de tiempo que le dejó montadas el Pejelagarto.
Todavía tiene cinco años y meses para hacerlo. Este monero, a veces, quiere creer que los sueños se cumplen.