Una Navidad hecha a mano: 23 años de tradición en el Barrio de Santiago

Taller reúne año tras año a siete familias y tres generaciones.

Por

Ernesto García

- lunes, diciembre 15 de 2025

San Luis Potosí, S.L.P., lunes 15 de diciembre de 2025.– En la esquina de Mariano Ávila y el Callejón de López, en pleno Barrio de Santiago, el invierno no llega con frío, sino con estallidos de color. El papel de china ondea como pequeñas banderas que anuncian que la temporada de piñatas ha comenzado. Ahí, desde hace 23 años, una tradición familiar ha crecido hasta convertirse en una de las postales más vivas de la Navidad potosina.

Todo comenzó con la inauguración de una calle. Una celebración vecinal, un impulso casi improvisado y un primer intento de hacer piñatas que, como recuerdan entre risas, “no quedaban muy derechas”. Aquel gesto sencillo se transformó con el tiempo en un taller familiar que hoy reúne a siete familias y tres generaciones. Lo que hace dos décadas era un pequeño experimento, ahora es un motor que produce más de 400 piñatas cada temporada decembrina.

El día empieza temprano. “La primera piñata la hacemos a las ocho de la mañana y la última cerca de la una”, cuenta Verónica Alvarado, la fundadora del taller. A su lado, su cuñada Candelaria Guevara confirma que es un trabajo que no conoce pausa: “Hay días de puras medianas, otros de grandes, otros de chiquitas. Más que contar, trabajamos todo el mes”. Entre ambas levantaron este oficio que hoy sostiene a decenas de personas, cada una con una función precisa.

La escena parece una línea de ensamble al aire libre. Un hijo arma la base, una hija forra el cuerpo, una sobrina encinta los picos, otra pega las tiras multicolores, un tío corta el papel y la abuela revisa que la estructura esté firme. Entre manos se mezclan papel periódico, engrudo, globos, cartón y papel crepé. De esa combinación humilde nace la tradicional piñata mexicana: la estrella de siete picos que simboliza los pecados capitales y que, al romperse, libera la recompensa de vencer al mal.

Candelaria, que lleva 22 años perfeccionando la técnica, explica que el taller fabrica desde mini piñatas de 25 pesos hasta gigantes que superan los tres metros y medio y alcanzan precios de 3 mil 500. “Hacemos de cinco, siete, diez picos… lo que pida el cliente”, dice mientras recuerda que antes “las piñatas nos salían bien chuecas” y ahora su trabajo llega a escuelas, colonias enteras, posadas familiares, industrias y celebraciones de todo tipo.

Entre los más jóvenes del taller está Esmeralda, quien creció entre tiras de papel y globos forrados. “Desde chiquita hacíamos moldes. Ahora me encargo de forrar”, cuenta con una seguridad que sólo da la práctica diaria. Se tarda alrededor de cinco minutos por pieza y en un día promedio entrega unas 30 piñatas medianas. Para ella, lo más valioso no es la rapidez, sino el hecho de que “es una tradición familiar; algo que hacemos año con año y que a todos nos sale natural”.

La producción no se limita al Barrio de Santiago. Además del local principal, la familia tiene puntos de venta en Muñoz, Las Lomas, El Saucito y otras zonas de la ciudad. Cada diciembre, estos espacios se llenan de clientes que buscan desde la piñata para la posada escolar hasta la estrella monumental para eventos comunitarios. Y la venta continúa hasta el 31 de diciembre. Luego viene otro ciclo: enero y febrero se dedican a las piñatas para levantamiento del Niño Dios.

Lo que hace especial a esta tradición no es sólo el oficio, sino la historia que carga cada pieza. Las piñatas son más que adornos: son el símbolo de una familia que encontró en el papel una manera de vivir y de compartir su identidad con la ciudad. Cada golpe que reciben en una posada es, en cierta forma, un reconocimiento a las manos que las construyeron, a los días que empiezan antes del amanecer y a las noches que se alargan entre risas y engrudo.

En esta esquina del Barrio de Santiago, el papel deja de ser papel. Se vuelve historia, trabajo, herencia y alegría. Y mientras haya diciembre, colores y manos dispuestas, la tradición de la familia Alvarado Guevara seguirá iluminando las posadas potosinas con estrellas que nacen en la calle y terminan siendo el corazón de las fiestas.