San Luis Potosí, S.L.P., jueves 19 de junio de 2025.– El danzón, ese ritmo que, aunque de origen antillano, es parte inseparable de la cultura popular mexicana del cine de oro desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Su historia comenzó en Cuba, pero pronto cruzó el mar hasta las costas mexicanas, desembarcando por Yucatán y Veracruz, y extendiéndose como un susurro elegante por todo el país. Sin embargo, fue en Mérida, el puerto jarocho y la Ciudad de México donde encontró tierra fértil para echar raíces profundas, mismas que llegan a la entidad potosina en un evento cumbre en la muestra nacional.
“El danzón forma parte de la memoria musical y emocional de miles de mexicanos”, señalaba el sociólogo José Luis Cerón. Aunque un ritmo de época por momentos fue eclipsado por otros géneros como el mambo, el chachachá y el son, el danzón resistió. Se mantuvo vivo en las pistas de baile, en casas de cultura, en plazas públicas y, sobre todo, en la memoria de quienes lo bailan como si fuese una forma de rezar con el cuerpo, con el epicentro en el Centro Histórico de la capital potosina.
Actualmente, el danzón es uno de los bailes populares que más curiosidad despierta entre propios y extraños. Su extenso repertorio y esa conexión entre las parejas siguen asombrando a nuevas generaciones con su cadencia exacta y su aire distinguido, desde los jardines de Veracruz hasta los foros culturales potosinos, el danzón sigue emocionando.

En San Luis Potosí, donde la tradición también ha echado raíces, las parejas ya se preparan para la Muestra Nacional de Danzón que se celebrará los días 20, 21 y 22 de junio. José Ascensión Martínez Hernández y Maricela Moya Carrizales llevan más de 13 años bailando juntos, y José acumula ya 23 primaveras como danzonero. Su andar es pausado, pero cuando la música arranca, todo en ellos se transforma: precisión, armonía y una alegría silenciosa que recorre cada movimiento al rojo vivo de sus atuendos. Dos maestros de danzón que buscan enfatizar que en San Luis se sabe bailar bien danzón.
En el corazón del barrio de San Sebastián, en el auditorio del oratorio salesiano El Terrenito, cerca de quince parejas ensayan los pasos que mostrarán dentro del Nacional de Danzón, al ritmo de una bocina que hace las veces de orquesta, en donde suena Salón México, un danzón homenaje a uno de los espacios más icónicos de la danza popular en la capital mexicana, evocando ese esplendor sonoro y social de los grandes salones de baile que se transformará en una exhibición en la capital potosina.
“El danzón no es solo un baile, es una manera de vivir”, dice José mientras mira a su pareja. “Yo empecé a los 14 años a bailar, pero el danzón lo descubrí hasta el 2002. Desde entonces no lo he soltado.”
El danzón se estructura con rigor: comienza con un estribillo, sigue con la primera melodía, otro estribillo, una segunda melodía, un último estribillo y finalmente el montuno. Los estribillos, que sirven de introducción y respiro, constan de 8 compases y marcan los cambios. Las melodías son lentas y cerradas, ideales para el contacto cercano, casi íntimo. Y el montuno es el estallido: vueltas, floreos, giros, donde el bailarín hace brillar a su pareja con movimientos más elaborados.
“El floreado es lo que más se disfruta”, confiesa José, “ahí es donde uno mete creatividad”. Pero no basta con tener ritmo. Hay que tener las tres D: deseo, devoción y disciplina. Sin esas tres, asegura, ningún alumno llega lejos. “He tenido personas con dos pies izquierdos. En dos o tres meses, si le ponen ganas, ya están bailando en eventos.”

José y Maricela no enseñan solo pasos, enseñan oído. “Trabajamos en 11 tiempos, pero el danzón puede venir en 4, 6, 14 o 16 tiempos. Lo importante es desarrollar el oído musical. Aprender a escuchar la frase musical, no solo contar los pasos.” Esa frase —el alma del danzón— es la que permite marcar las entradas, los remates y entender cuándo viene el montuno.
Para Maricela, el danzón es también emoción. “Me llena bailar con mi pareja. Practicar, ensayar, ver a los demás… en las muestras nacionales uno se motiva al ver a tanta gente que sabe, que transmite. Es una emoción que no se explica con palabras.”
Y aunque por años se pensó que el danzón era un baile “para viejitos”, hoy la realidad es distinta. “Hay niños de 7 u 8 años que bailan danzón mejor que los adultos”, comenta José con orgullo. “Lo bonito es que desde pequeños se están metiendo. Es un baile fino. Un baile que forma carácter.”
En la muestra nacional que organiza el H. Ayuntamiento de San Luis Potosí participarán grupos de todo el país. Durante tres días habrá talleres, clases especializadas y presentaciones en vivo. Vendrán maestros que enseñarán desde el movimiento de abanico hasta cómo captar la frase musical con precisión.

“Queremos que nuestro evento esté al nivel de los de Dolores Hidalgo o Veracruz”, dice José. “Ahí se ve el trabajo real. Las muestras no son solo exhibiciones, son un escaparate del esfuerzo, del compromiso, del amor por el danzón.”
Cuando la música arranca y el primer compás entra, la pista se convierte en un templo. No hay prisas. No hay gritos. Hay silencio y mirada, hay cuerpo y compás. Esto no es nostalgia, esto es presente y también futuro de una cultura viva.