San Luis Potosí, lunes 5 de mayo de 2025.- Era un martes cualquiera, uno como tantos en el bullicioso Centro Histórico de San Luis Potosí. Las calles hervían de vida y de comercio. La calle Guajardo, el Pasaje Alhóndiga y la explanada trasera del Mercado Hidalgo estaban repletos de puestos semifijos, lonas descoloridas, tablones de madera y vendedores que esperaban con ansias el repunte de ventas que suele traer la quincena. Corría el año de 1974 y la ciudad aún no imaginaba el infierno que estaba por desatarse.
El sol trepaba lentamente hacia el cenit cuando el sonido metálico de una pipa de gas irrumpió en la rutina. Obed, empleado de una empresa gasera, llegó como lo hacía otras veces: con calma y oficio. Conectó la manguera al tanque estacionario de la tortillería, ubicada justo en el corazón del enjambre comercial informal. Nadie lo miró dos veces. Era parte del paisaje. Pero ese día, ese martes 14 de junio, algo iba a salir terriblemente mal.

Lo que Obed no vio —o vio demasiado tarde— fue una fuga en la manguera. El gas se esparció en segundos por los alrededores, se filtró entre las cocinas, los puestos de tacos, los fogones encendidos, los anafres… y entonces, ocurrió.
La explosión fue brutal. El estruendo sacudió las calles, levantó en el aire tablones, lonas, canastas de frutas y cuerpos. Una bola de fuego se alzó sobre el mercado y el caos se adueñó del centro. Gritos. Llamas. Humo. El terror desbordado de quienes apenas segundos antes comían o vendían.
Los puestos semifijos, hechos de cartón y madera, ardieron como yesca. La gente corría sin rumbo, empujándose entre el humo y los escombros. El pánico era tanto que los bomberos tardaron en abrirse paso entre la multitud. Pero cuando lo lograron, comenzaron una feroz batalla contra las llamas. Había miedo de que el fuego alcanzara más tanques de gas, especialmente en los puestos de comida del propio Mercado Hidalgo.

Mientras el reloj marcaba la hora del almuerzo, los locales ardían. Los cuerpos de emergencia hacían lo que podían. Finalmente, tras una dura lucha, las llamas cedieron. Entonces vino otro rostro de la tragedia: la rapiña. Personas se acercaron para rescatar lo que el fuego no había devorado, despojando a los comerciantes de lo poco que quedaba.
Los daños fueron incalculables. Hubo heridos, pérdidas materiales y miedo. Obed, increíblemente, sobrevivió. Y con él, quedó viva también la memoria de un error que cambió la historia del comercio potosino.
De esa tragedia nació una idea: construir nuevos mercados para reubicar a los comerciantes informales. Así fue como se gestó el proyecto del Mercado República, aunque, irónicamente, el fuego también lo alcanzaría años después. Pero esa… esa es otra historia.