San Luis Potosí, sábado 03 de mayo de 2025.— Por más de dos décadas, Gabriel Vázquez ha vivido entre cemento, varilla y planos improvisados. No hay obra que no tenga su sello, ni Cruz de Mayo que no lo haga agradecer al cielo. Su historia, tejida entre ladrillos y fe, es un testimonio del alma de la construcción.
Cada 3 de mayo, cuando la cruz se alza sobre las obras y las construcciones se llenan de música, cerveza y gratitud, Gabriel recuerda por qué eligió este camino. “Esto viene de nacimiento”, dice convencido. No se trata solo de necesidad, de sacar adelante a los hijos —que, por cierto, algunos ya estudian en la universidad gracias a su trabajo—, sino de una pasión silenciosa que solo quien mezcla cal con devoción puede entender.
Y es que el trabajador de la construcción, entre tierra, cal y arena, no solo edifica muros: construye el futuro de este país. Demuestra día a día que no cualquiera puede ser albañil. Se necesita fuerza, sí, pero también convicción, paciencia, cálculo, creatividad y una voluntad firme. Este es un oficio que se forja con el tiempo y se hereda de generación en generación, como un legado que se honra con cada mezcla y cada ladrillo bien colocado.
Con voz serena pero firme, Gabriel describe su oficio como una “guerra de todos los días”. No es exageración. “Hay días en los que trabajamos hasta medianoche si se necesita, sin importar el solazo o el cansancio”. No le molestan los comentarios de quienes critican la siesta del mediodía. “No es porque uno quiera, es por el sol que cae como plomo”.
Aprendió el oficio desde abajo. Como muchos, empezó de chalan: observando, copiando, errando y volviendo a empezar. Hoy es jefe de obra. Su trayectoria, sin embargo, no está medida en jerarquías, sino en aprendizaje. “Este trabajo te da para vivir, sí, pero también exige todo de ti. Las matemáticas básicas, por ejemplo, son indispensables. Si no las dominas, estás perdido”.
Lo más complicado, confiesa, no es levantar muros o replicar cúpulas. “Lo más difícil es lidiar con el patrón”, ríe. “Muchas veces no hay planos y uno tiene que imaginarse lo que el cliente quiere… pero luego resulta que no era eso. Es complicado”.
Tanto hombres como mujeres son exigentes, dice. “Los dos son igual de quisquillosos. Uno tiene que estar listo para todo”. Porque el albañil no solo construye, también interpreta sueños ajenos, convierte deseos en concreto y líneas rectas.
El Día de la Santa Cruz es sagrado. No todos los patrones lo entienden, lamenta, pero para los albañiles es una fecha que honra la fe y el trabajo. “Primero hay que convencer al patrón”, comenta entre risas. “Que se ponga la del Puebla: que dé botana, cervezas… y ya lo demás lo pone uno”. La cruz se deja en la obra por 40 días. “Es un símbolo, un agradecimiento al creador. Todo esto viene de allá arriba. Uno cree, y se siente cuidado”.
Afortunadamente, en todos estos años no ha perdido compañeros en accidentes. Atribuye eso a la protección divina. “No hay otra explicación”, dice con los ojos clavados en el horizonte.
Cuando se le pregunta qué mensaje daría a los jóvenes albañiles, Gabriel no duda: “Si están convencidos, que le echen ganas y se mantengan firmes. Pero si sienten que este no es su camino, que busquen otro. No es fácil, no es para todos”.
Y cierra, como quien ya ha entendido lo esencial: “Este camino es pesado, pero Dios nos da la fuerza y el conocimiento. A mis compañeros: muchas felicidades. A seguirle”.