Robert Bresson es uno de los grandes clásicos del cine francés. Fue un autor riguroso, cuya obra presenta rasgos y virtudes como la coherencia en temas como la profundidad, la espiritualidad, la humanidad, el dolor y lo esencial en el arte. Todo esto siempre expresado de manera poderosa a través del minimalismo cinematográfico.
El minimalismo es una etiqueta que designa a un conjunto de movimientos artísticos, culturales y un discurso teórico más o menos explícito tras ellos, que tuvieron su inicio entre finales de los años 1950 y comienzos de la década de 1960. Dichos movimientos pusieron en cuestión algunos conceptos centrales de la Estética, así como de la teoría y práctica artística, tales como los de originalidad, individualidad, expresión, autoría, forma, obra de arte y artista.
En el tema del minimalismo cinematográfico, se hace referencia a un tipo de cine de vanguardia, ya sea documental o de ficción, que reduce al mínimo el tema, la edición, la tecnología y el equipo. Uno de sus principales exponentes es Bresson, cuya obra austera, inflexible y elíptica adquirió gran coherencia a partir de su película El diario de un cura de campaña (1950), rodada con dos actores improvisados y con interpretaciones alejadas de toda expresión convencional.
Su ideología no solo la plasmó en la pantalla, sino también en Notas sobre el cinematógrafo, uno de los textos más esclarecedores acerca de la realización cinematográfica y su concepción filosófica. En estas notas, realizadas entre 1950 y 1974, llenas de aforismos y pensamientos, el autor entiende a los intérpretes, las tomas, el montaje y la música de las películas no solo como productos de consumo y entretenimiento, sino como sujetos de la filosofía del cinematógrafo.
Esto lo muestra claramente desde el principio, cuando afirma que para realizar una obra cinematográfica no se trata de dirigir a alguien, sino de dirigirse a uno mismo. Presentado desde un minimalismo que demuestra la belleza y la enormidad de las cosas que se encuentran frente a la cámara. En Notas sobre el cinematógrafo, Bresson hace una distinción entre el cine y el cinematógrafo. Para este autor, el cine es una especie de “teatro filmado”, mientras que el cinematógrafo representa una nueva forma de escritura visual de imágenes en movimiento y sonidos relacionados por el montaje. Para él, el cinematógrafo es una nueva forma de escritura, y por lo tanto, una nueva forma de sentir. Así, Bresson distingue dos tipos de películas: las de cine, que emplean los recursos del teatro (actores, puesta en escena, etcétera) y se valen de la cámara para reproducir, y las del cinematógrafo, que emplean el medio cinematográfico para crear.
Bresson aboga por una obra cinematográfica en la que la expresión se obtiene mediante las relaciones entre imágenes y sonidos, y no a través de la mímica, los gestos o las entonaciones de voz, ni de grandes efectos tecnológicos que solo logran presentar una falsa naturalidad. Con este estilo minimalista, casi todo es omitido hasta quedarse solo con lo esencial, e incluso detalles importantes de la trama se comunican solo con algún sonido. Llega al punto de dejar de trabajar con actores profesionales, llamando a las personas con las que trabaja “modelos”, buscando un lenguaje más puro, sin artificios ni signos de alguna escuela. De esta forma, logra impregnar a sus personajes de expresiones deliberadamente planas, mostrando seres desesperanzados, desolados y con una naturaleza lo más esencial posible.
Otra idea clave de Bresson para que el arte cinematográfico trascienda las falsas representaciones de la vida y no se limite a ilustrar otras artes como la literatura, es darles independencia a las imágenes. Es necesario que una imagen se transforme al contacto con otras imágenes, como un color al contacto con otros colores. Como él mismo lo explica: “Un azul no es el mismo azul al lado de un verde, de un amarillo, de un rojo. No hay arte sin transformación.” Bresson rechaza la “representación”, es decir, la idea de entender el cinematógrafo como una reproducción de la realidad. Por el contrario, lo considera una búsqueda de la misma.
Para Bresson, la imagen no tiene valor absoluto. Las imágenes y el sonido deben su valor y poder únicamente al uso que se les dé. El cine, para él, busca la expresión inmediata y definitiva por medio de mímica, gestos y artificios tecnológicos. Este sistema excluye forzosamente la expresión por medio de contactos e intercambios entre imágenes y sonidos, así como las transformaciones que de ellos resultan. Con estas reflexiones, Bresson intenta despojar al cine de artificios y dictaduras que estorban el libre fluir del arte cinematográfico, que han sido impuestos por el cine industrial de masas, y que asignan límites a la expresión cinematográfica y a la libre ejecución de ideas por parte del autor. Tal y como afirma el director francés, “El cine bebe de un fondo común. El cinematógrafo hace un viaje de descubrimiento en un planeta desconocido.”
Bresson se abre camino y aboga por una libre expresión en la que el creador se enfrenta a la obra de una manera directa, como un pintor frente a su lienzo, o un poeta frente al papel donde plasmará sus pensamientos. Es ese momento en que el creador cinematográfico, comprometido, se enfrenta a sí mismo, cierra los ojos y se encuentra con esos fragmentos de la vida que ha guardado para ese momento. Es aún más libre, puesto que no tiene que imitar, como los pintores, escultores o novelistas, la apariencia de las personas y objetos, ya que las máquinas lo hacen por él. Su creación se reduce a los vínculos que establece entre los distintos fragmentos de la historia y la realidad captada. Esta es también la elección de esos fragmentos, sentenciando que solo su olfato puede decidir. Así se sentirá el alma y el corazón de su película, hecha con el valor de sus manos.